domingo, 5 de febrero de 2012

MI TESTIMONIO


MI ARBOL GENEALÓGICO “ESPIRITUAL”.
   La Biblia dice que Dios preparó  buenas obras “de antemano” para que anduviésemos en ellas (Efesios 2:10), y que fuimos escogidos antes de la fundación del mundo (Hebreos 6:11). Hay una línea de tiempo muy larga detrás de ti y de mí con toda una cadena de sucesos y personas estrechamente relacionadas a lo que somos hoy.  Podemos hacer una lista de todas las personas que estuvieron relacionadas de alguna o de otra manera con el evento de nuestra conversión al evangelio. Incluso es posible que ni siquiera sepamos cuantas personas estuvieron involucradas en nuestra conversión.
Una cita bíblica: “Pagad a todos lo que debéis… AL QUE HONRA, HONRA" (Romanos 13:7), me hizo pensar en que yo realmente estaba en deuda con todas las personas que se interesaron en mi vida, y en especial en mi vida eterna. Me di cuenta que en realidad no había buscado la oportunidad de expresarles mi agradecimiento. Yo se que seguramente estas personas no buscaban ser reconocidas por ello, ni siquiera les importaba. Pero ha sido  reconfortante para mí el poder honrar,  por medio de mis palabras sinceras de agradecimiento, a algunos de ellos cuando paulatinamente he tenido la oportunidad.
Mi primer agradecimiento siempre será para Jesús. Quien me amó y me escogió sin merecerlo para ser Su hija. Agradezco su sufrimiento y sacrificio, su sangre derramada con la cual me redimió.
Mis antepasados espirituales.
 Desde que yo era muy pequeñita, mi mamá nos daba lecciones de la Biblia usando como pizarrón una de las puertas de madera de la casa. En particular recuerdo sus dibujos sobre la creación. Fuí creciendo dentro de la iglesia Metodista, entre los ensayos del coro, la femenil y la escuelita dominical.
 Mi abuelo paterno Don Jesús Gris Llanes, hombre ejemplar y gran evangelista, siempre decía: “Yo y mi casa serviremos a Jehová”. Siempre le he amado entrañablemente, y recuerdo que él me amaba.
Mi abuela materna Consuelo Moreno, fue alcanzada por el amor del Señor, cuando pasaba fuera de la Iglesia Metodista “Emmanuel” y escuchó algún himno cuya letra llamó a su corazón necesitado. Recuerdo cuando yo tenía como 7 años y cantábamos “Maestro se encrespan las aguas”. Ella me enseñó a cantar y hacer  segunda voz.
Por otro lado,  de Orizaba llegó un guerrero de Dios, Don Juan Montiel estableciendo en Puebla la primera iglesia de los hermanos libres.
Una de las hijas de Don Jesús, Lidia Gris, y uno de los hijos de Don Juan, Bezaleel Montiel,  se unieron en matrimonio. Son mis tíos. Esta joven pareja tuvo interés en que una niña de 13 años, que en ese entonces era yo, tuviera una relación personal con Jesús.
Ellos me llevaban a la iglesia, a la escuelita de vacaciones, a la estudiantina. Y me invitaron a un Campamento de Adolescentes en el verano en Oasis de Agua Viva, en Valsequillo.
    En dicho campamento,  nos dividían en grupos para comentar las conferencias, y el líder de mi grupo observó mi timidez y mi vacío interior. Su nombre es Juan Mosqueda Montiel. El se acercó a mí y me dijo que yo necesitaba invitar a Cristo en mi corazón, que mi vida cambiaría si yo lo hacía. Sin embargo yo no dije nada. Era tan tímida que no era capaz de expresarle que sí deseaba hacerlo pero no sabía cómo. Esa noche casi no dormí, solo recuerdo que lloré  hasta que el sueño me venció. Pero estoy segura que el Hno Juan comentó algo con la consejera de mi cuarto. Al día siguiente, mi consejera me preguntó directamente si quería hacer la decisión de aceptar a Cristo como mi Salvador personal. Sin dudar le respondí que sí. Recuerdo que nos hincamos a un lado de las literas del cuarto número 4 y me ayudó a hacer la oración. Ella era una misionera escocesa que asistía a la Iglesia en Tacubaya. Su nombre: Phyllis Cox. Muchos recordamos su muy particular peinado. Se hacía como unos rollitos con su cabello en toda la cabeza y los cubría con una red. Era una mujer muy alegre. Gracias a Dios por ella.
  Recuerdo como si hubiera sido ayer, cuando llegué a mi grupito de asimilación. Todos voltearon a verme y con solo ver mi rostro una chica dijo como preguntando y respondiéndose a la vez : - ¡aceptaste a Cristo! A lo cual yo sonriente respondí: - ¡Si!
   Mi proceso de conversión había iniciado. Pero algunas cosas todavía no las entendía completamente. Pero de nuevo, mis tíos, Bezaleel y Lidia, me llevaron a visitar el Barco “Doulos”. En una de las conferencias en el barco, decidí que no solo quería que Jesús fuera mi Salvador, sino también el SEÑOR  de mi vida. Allí compré muchos libros que leí con avidez y entonces mi vida floreció. Bien dicen que cuando uno conoce al Señor a temprana edad uno no solo salva su alma sino su vida.
   Aunque en aquel tiempo no recibí un discipulado de manera formal, considero al Hno. Moisés Gutiérrez, mi maestro del grupo de adolescentes en la escuela dominical, como la persona que me discipuló contestando mis preguntas, que fueron muchísimas, y me enseñó con toda propiedad conceptos difíciles de entender para mí como la Redención, la Justificación, la Predestinación y muchas cosas más.
¡Cuántas personas el Señor usó para atraerme a Su camino! ¡Cuántos corazones dispuestos! 
   Doy testimonio de éstas cosas por gratitud a todas estas personas y para gloria de Dios quien con toda misericordia y gracia, quiso que yo le conociera.
   Es posible que tú estés involucrado en la historia de conversión de varias personas y que seas un eslabón más que Dios usó en la línea de sus vidas.
  Seguramente te he hecho recordar tu propia historia y todas las personas que Dios usó para atraerte a ti. Me encantaría conocer tu historia y saber si has tenido la oportunidad de honrarles.
 Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es vano.
1 Corintios 15:58

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